Víctor Correa no nació en Chicago. Tampoco en Nueva Orleans. Ni siquiera en Nueva York. No tiene ADN musical y tampoco artístico. Víctor Correa nació aquí, en la provincia de Segovia, en una familia sin sonido en las fotos. Tal vez porque ya desde el principio llegó improvisando; como lo hacen los hijos del jazz. Trombonista de forma prioritaria, pero también pianista y tubista. A veces incluso cantante. Víctor Correa ha regresado este año a Segovia, después de más de veinte improvisando por medio mundo y de cuatro desafiando a los mariachis de México con su trombón. Soy otro tú, asegura en maya en el título de su último EP (In Lak’Ech, Hala Ken) y quizás es verdad. Tal vez al escucharlo cualquier segoviano pueda sentir por dentro una raíz diferente, un gen con el que no contaba, una imagen del pasado que resuene en el presente.
Después de editar siete discos y de participar en innumerables proyectos, después de reunir a la música y preguntarle por sonidos nuevos, después de juntar a algunos de los mejores improvisadores de Barcelona, después de ejercer de profesor -en persona y desde la pantalla del ordenador-... Víctor Correa se sube al escenario del Teatro Juan Bravo, que no es Village Vanguard ni es Preservation Hall. Que no es Birdland ni el Cotton Club. Pero que es casa. Y eso siempre suena bien.