Madrid, finales de los años setenta y principios de los ochenta. Decir La Movida es referirse a una forma de vestir, a una manera de cantar, a un estilo de vivir; para unos con mayor gloria que para otros. Malasaña la vio venir, ver y vencer; apoderarse de gran parte de una generación que construyó alrededor de algunos de sus bares sus días más míticos.
Eran días de sueños de libertad y también de sueños rotos, de efervescencia cultural, de grupos musicales, de películas de cine y revistas repletas de páginas sobre las que se iba escribiendo parte de la Historia social de una época de la Historia de España.
Malasaña 80 Music Bar abre la puerta, con el testimonio de más de una treintena de personas, a algunos de esos bares, a parte de esos días, al trabajo de unos pinchas que no paraban de ponerle banda sonora a la década o a las canciones, por ejemplo, de Cañones y Mantequilla. También, al archivo de imágenes que, noche tras noche, le prestaban cien pesetas al bolsillo de Jesús Sebastián, mientras Malasaña y sus bares guardaban muchos sueños pero pocos descansaban.
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