Riaza, una canción del río en la provincia de Segovia Riaza anida en la cara norte de la sierra de Ayllón. Una contracción del paisaje que, en la provincia de Segovia, reclama un nombre propio. Ajeno al protagonismo del acueducto o el Alcázar, el discurrir del río Riaza, desde el hayedo de La Pedrosa, lleva y trae una canción. Se trata de una melodía que hay que escuchar en el flujo de las estaciones, entre lobos y buitres, sobre invernales pistas de esquí. Unas notas que se pintan de los colores de pueblos pretéritos y toman el sabor de una gastronomía tradicional. Una canción que permanece enraizada en las tierras montañosas de Castilla y León mientras corre persiguiendo un río. El acorde del río en la partitura de Riaza Algo que comenzó como un bastión territorial para impedir posibles avances musulmanes hacia el sistema central, ha terminado convertido en refugio que escapa del ruido. Como sucede con todas las buenas canciones, la partitura de Riaza está plagada de graves, agudos y giros. Algunos, han quedado prendidos entre pentagramas de siglos, como claves marcadas por los que ponen música a sus días. Otros, se han destacado en sinfonías y libretos, rotulando títulos. Aparecen, Álvaro de Luna, Alfonso VII, los Duques de Maqueda, y el Duero, eterna estrofa de agua de Gerardo Diego. Según documentos históricos, el nacimiento de Riaza debe situarse alrededor del siglo XI. En ese momento, distintas tierras de Castilla y León eran repobladas por cristianos, siguiendo órdenes de Alfonso VI, tras la conquista de Toledo. Además de Salamanca, Sepúlveda o Ávila, Segovia no fue una excepción. En dicho escenario se asentó un grupo de población cerca del río Aza, un lugar rico en filones de hierro. Sus habitantes se dedicaron a la explotación de los recursos brindados por la naturaleza, convirtiéndose en maestros del forjado. Una querencia férrea que queda patente en la planificación de la plaza mayor. En ella, sus diferentes alturas quedan salvadas gracias a unas gradas unidas por barandas de hierro forjado. Asimismo, este metal se deja ver también en el ayuntamiento, del siglo XVIII. Allí corona el inmueble, dando forma a una torre de campanario que roza las nubes. En idéntico lugar, pero más cerca del suelo, pagaban los presos sus deudas con la sociedad, en la cárcel de la Villa. Pero la música se siente también lejos de la plaza. A través de las calles, presididas por hileras de típicas casas riazanas, con sus tejas árabes cocidas y el hierro vistiendo goznes, cerraduras y aldabas. Al borde de los adoquines que conducen a la iglesia se encuentran las casas más antiguas, todavía con sus escudos familiares en las fachadas. Desde el principio se sucedieron las disputas entre pueblos vecinos por los pastos circundantes, el agua, y los bosques cercanos. Disputas que concluyeron con la intervención del gobernador civil de Segovia, decidiendo la separación de Sepúlveda, efectiva en 1920. Todos estos acontecimientos han convertido la historia Riaza en una canción en la que se entremezclan tempos e instrumentos. La letra ha ido variando a lo largo de los siglos, pero solo hace falta perderse un rato por sus calles para oírla otra vez. Música sacra Con el paso del tiempo el inicial asentamiento junto al río se consolidó como tierra eclesiástica, en manos del obispo de Segovia. De este pasado secular existen diversas huellas en forma de una importante colección de arte sacro, además de distintos edificios religiosos. Así, tras el ayuntamiento se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora del Manto. Un conjunto renacentista (siglos XV al XVI) , con planta rectangular de tres naves y ábside, junto a una torre del campanario de treinta metros. Además del retablo barroco y capillas como la de los linajes, su interior custodia una colección de arte que reúne el patrimonio parroquial de pueblos cercanos. La primera de las tres ermitas de Riaza se encuentra en el mismo pueblo, al norte. Se trata de la ermita de San Juan, situada junto a una cruz de piedra del siglo XVI. A su alrededor, un conjunto de lápidas, dan una pista sobre la ubicación de un antiguo camposanto. Dentro, las tallas de Santiago Apóstol y San Juan Bautista, revelan a quién está consagrada la pequeña edificación. Justo enfrente se conserva un antiguo lavadero, La Nevera, del que todavía brota una buena cantidad de agua. En el parque de El Rasero, en la entrada oeste de Riaza, se encuentra otra pequeña ermita, la de San Roque, edificada en cumplimiento de una promesa tras el fin de la epidemia de peste de finales del XVI. Ahora, junto a 18 cruces de piedra utilizadas para el Vía Crucis del Viernes Santo, ornamenta esta gran zona verde. Ya en las afueras espera la última, la ermita de Hontanares, del siglo XVII. Rodeada de un hermoso paisaje, a menos de 5 kilómetros de Riaza, custodia un retablo románico con la imagen de la virgen que le da nombre. Junto a ella, las tallas de Santa Lucía y San Blas. Riaza dejó de ser tierra eclesiástica al comprarla Juan II al obispo segoviano Juan de Tordesillas, y cedérsela a Álvaro de Luna. A partir de ahí, el pueblo forma parte de un argumento novelesco, de traiciones e intrigas palaciegas, que concluye con una ejecución pública en Valladolid. Algunos bienes del condestable quedaron en manos de su hijo, entre ellos, Riaza. A continuación, el ir y venir de nombres y títulos sobre las tierras no cesó. Hasta que las Cortes de Cádiz abolieron los señoríos y, “La Pepa”, la Constitución de 1812, los transformó en partes de la nación. Este pasado plagado de apellidos nobiliarios se exterioriza en las filas de casas solariegas y blasonadas que flanquean las calles y ponen nombre a las viviendas de los soportales. Todas ellas con su ventanillo sobre la puerta para escuchar el discurrir de la vida. Durante la Guerra Civil una, la de Don Pepito, se reconvirtió en el cuartel de la Falange Española. La reproducción de esta fachada barroca viajó con la Muestra del Pueblo Español a la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Todavía hoy, al acercarse, es posible escuchar el eco de todas las viejas melodías que flotan en el aire. Los murmullos de los lunes de mercado, privilegio concedido en el siglo XIV por Fernando VII, o las voces de los vendedores ambulantes de los viernes. Más allá, también, el concierto de la naturaleza… Las cuatro estaciones de Riaza En las afueras, el río que acompaña a Riaza suena más fuerte, entre los agudos de Pico del Lobo y y La Buitrera. Los alrededores evocan las cuatro estaciones. Los inviernos, con jornadas de esquí en la estación de La Pinilla, en el municipio de Cerezo de Arriba. También se disfrutan, de mayo a octubre, actividades deportivas y de turismo activo. Mientras, el hayedo de la Pedrosa, un bosque de hayas perteneciente a la Red de Espacios naturales de Castilla y León, suena a otoño. Cerca del puerto de la Quesera, entre Riofrío de Riaza y Majaelrayo (Guadalajara), es un pulmón verde del Sistema Central, al norte de la Sierra de Ayllón. El río corre allí, entre musgo y helechos. Serpentea entre robles, avellanos y acebos, salpicando matorrales de arándano y fresas silvestres hasta llegar, 100 kilómetro después al Duero, en Burgos. En cualquier época del año asomarse al Balcón de Castilla, el Mirador de Peña Llanas, ofrece una panorámica inolvidable. A casi 1500 metros el aire cambia y el viento dirige el concierto. Desde allí, siguiendo sus indicaciones, la vista se encuentra y desencuentra con los límites de cuatro provincias. El pico Grado dibuja la linde con Guadalajara, los picos de Urbión con Soria. Por su parte, Madrid se encuentra en la línea con Somosierra, y a Burgos se le localiza en las Hoces del Riaza. Las tonalidades cambian con los meses. De ocres y rojizos a verdes intensos, pasando por cumbres nevadas. Se abren ante el viajero un sinfín de posibilidades. Espacios naturales, pueblos rojos, negro o amarillos… Sin olvidar, la silueta de Segovia, a unos 65 kilómetros. Un paseo en globo, sentir los adoquines bajo las suelas de los zapatos, acariciar las piedras del acueducto con las puntas de los dedos, antes de volver. Volver, porque Riaza se merece un bis, un “Otra vez”. Riaza es una partitura de nieve blanca y colores de primavera, valles, arroyos y senderos. La orquesta acompaña cada paso del camino, tan solo hay que detenerse a escuchar… Fuente: Españafascinante.com