Seis visitas imprescindibles por la Campiña Segoviana Las amplias llanuras son la seña de identidad de la Campiña Segoviana, un territorio salpicado de pinares y bosques de encinas y fresnos, y también de humedales. Como en tantos lugares, la actividad agraria ha contribuido a transformar el paisaje, pero la huella imborrable del ser humano se hace notar especialmente en el patrimonio artístico, donde el ladrillo mudéjar ha estado presente a lo largo del tiempo. Su color y su textura se hacen presentes tanto en la arquitectura civil como en los numerosos templos de los periodos románico o gótico. Si todavía no la conoces, en este artículo te presentamos seis joyas que no puedes perderte en una escapada: Coca, ladrillo a lo grande Uno de los lugares que mejor define el carácter de la Campiña Segoviana es la villa de Coca. De ella, resulta tentadora la imagen de San Nicolás, una alta torre gótico-mudéjar, que es lo único que queda de la iglesia más antigua que tuvo la villa y que data del siglo XII. De forma incomprensible, el público conoce mejor el castillo de la localidad que la altura señera de este ejemplo de arquitectura religiosa, cuyos materiales y arcos apuntados nos trasladan a los minaretes islámicos. Por cierto, que el castillo es considerado una de las más hermosas muestras del arte gótico-mudéjar. Su construcción asombra a quien lo ve por primera vez, dada la singularidad de su conjunto. Su interior, visitable, alberga una escuela de capacitación forestal de gran demanda por parte de estudiantes de toda España. Es lo que da estar en tierra de pinares.No podemos dejar en el tintero que aquí nació Cándido, Mesonero Mayor de Castilla para mayor gloria de la ciudad de Segovia… Aunque por estos lares hay quien dice que su forma de preparar el cochinillo, hoy tan extendida, hunde sus raíces en la tradición caucense. El ‘aparejo pinariego’ en nava de la Asunción A once kilómetros nos detenemos en Nava de la Asunción, donde destaca la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, situada en la Plaza Mayor. Fue construida sobre lo que fue un antiguo templo románico. De esa época se conserva la torre (si bien el campanario es posterior), y la parte de la puerta de entrada, característica del románico más clásico. El resto de la edificación data del siglo XVIII, y es un claro distintivo del acabado conocido como ‘aparejo pinariego’, elaborado a base de ladrillo y paños. Nuestra Señora de la Asunción tiene planta de cruz latina, formada por tres naves (más ancha y alta la central), coro en alto a los pies y un gran cimborrio (octogonal y construido en ladrillo) cubierto por falsa cúpula sobre pechinas y tambor de ventanas. El retablo del altar mayor es obra del escultor segoviano Manuel Suárez, datado en el año 1740. La pila bautismal que se encuentra en la iglesia pertenecía a una antigua ermita desaparecida, llamada de la Trinidad. Santa María la Real de Nieva, historia escrita en piedra Once kilómetros después, y en pleno Camino de Santiago de Madrid, Santa María la Real de Nieva se extiende en torno al monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña. Su fundación, en el siglo XIV, obedeció a un hecho considerado milagroso: la aparición de una talla de la Virgen enterrada (de ahí, soterraña) para ser ocultada a los musulmanes. Destaca el claustro del monasterio, cuyas columnas están en su totalidad decoradas con capiteles esculpidos con relieves de diversos motivos. También se ha reproducido hasta el infinito la portada de la iglesia, abierta al norte de la nave del crucero y que está catalogada como bien de interés cultural por sí misma. Es de estilo gótico y está dividida en dos calles estrechas y una nave central amplia, en la que se sitúa la arcada ojival. La parte superior de la puerta presenta el tímpano con la imagen de Cristo entronizado. Lo rodean cinco arquivoltas, que representan la resurrección de los muertos, un conjunto de 16 figuras de santas, un conjunto de 14 esculturas de santos, un grupo de doce arcángeles arrodillados portando antorchas y diez serafines con las alas cruzadas custodiando al Cristo del tímpano. También son destacables el altar mayor, de estilo barroco, el coro de la iglesia y el sotocoro, con un artesonado mudéjar. En la iglesia destaca una talla policromada de San Jerónimo, atribuida al genio de paredes de Nava Alonso Berruguete. Santa María la Real de Nieva cuenta con otra joya de gran valor, aunque de menor fama: la ermita de San Miguel de Párraces, en la pedanía de Villoslada. Es un ejemplo del románico puro, con fábrica de sillería, que destaca entre la arquitectura de ladrillo habitual en el territorio. El Greco en Martín Muñoz de las Posadas El mayor tramo de esta ruta es de 20 kilómetros y nos lleva hasta Martín Muñoz de las Posadas, ya junto la comarca abulense de la Moraña. Juan José Alonso, historiador local, recomienda echar un primer vistazo desde la terraza situada en la torre de su iglesia. A la vista tenemos una espléndida plaza semiporticada, en la que se distinguen el edificio del ayuntamiento, el Palacio Cardenal Espinosa y, detrás, la Cuesta de la bodega. Visto de cerca el palacio, hallamos en lugar destacado el escudo de Felipe II, quien lo mandó construir. En el interior contemplaremos su patio cuadrangular, con dos galerías que se comunican por una majestuosa escalinata. Al salir, podemos contemplar la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y San Sebastián, construida sobre una fortaleza musulmana y que recoge diferentes estilos, desde el mudéjar hasta el renacentista. Ya en el interior, en la cabecera del templo destaca la estatua del cardenal Espinosa, obra del escultor Pompeyo Leoni. Cada rincón del templo sorprende con diferentes detalles y, cómo no, el interés de muchos visitantes se centra en contemplar el cuadro ‘El Calvario’, obra de Doménikos Theotokópoulos, El Greco. No podemos despedirnos de la localidad sin conocer el Puente del Naranjo, en el paraje de la Irvienza, sobre el río Voltoya y adosado a un antiguo molino. Domingo García: estación del arte rupestre La localidad segoviana de Domingo García alberga uno de los conjuntos de arte rupestre al aire libre más importantes de la Península Ibérica y de Europa: los grabados rupestres del Cerro de San Isidro. En este lugar –tan poco conocido y valorado- puedes “regresar” al Paleolítico, a la Edad del Bronce y a la época medieval. Un viaje en el tiempo a través de los petroglifos, es decir, de los dibujos grabados en las rocas pizarrosas de la zona. En el Cerro de San Isidro también se alzan los restos de una ermita de una sola nave y con un ábside semicircular. Se cree que fue la antigua iglesia (posiblemente románica) de un despoblado conocido como San Isidro, que también se identificaba como El Casar. Se reconocen al menos dos etapas en el templo: la medieval, de la que solo se aprecia su estilo románico; y en el siglo XVIII, cuando se la advoca a San Isidro. Debido a su estado de ruina, esta iglesia catalogada como Bien de Interés Cultural se encuentra en la Lista Roja de Patrimonio. Rapariegos, un final de lujo Ya solo trece kilómetros nos separan de nuestro último hito, Rapariegos, a apenas diez kilómetros de Arévalo. Estamos en la localidad menos conocida de esta ruta y quizá por esa razón sea el destino más apetecible. Destaca la ermita dedicada al Cristo de la Moralejilla, situada en medio de una gran llanura de cereal. De hecho, formaba parte de Moraleja de la Santa Cruz, una aldea que se abandonó y terminó por desaparecer en el siglo XVIII. La ermita es la única de la provincia con tres naves y posee una arquitectura peculiar. De planta casi cuadrada, una nave es más ancha que las otras dos y el ventanal del ábside presenta un incomprensible desvío. O no tanto, puesto que puede estar relacionado con la salida del sol; las romerías se celebran dos veces a año en fechas muy próximas a los equinoccios de primavera y otoño. En pleno casco urbano, la iglesia de San Pedro puede ser el punto final de esta ruta por un territorio que a todas luces merece ser descubierto. Fuente: mascastillayleon.com