La Real Fábrica de Cristales, la joya oculta de La Granja de San Ildefonso

La Real Fábrica de Cristales, la joya oculta de La Granja de San Ildefonso

La Real Fábrica de Cristales, la joya oculta de La Granja de San Ildefonso
Uno de los edificios más llamativos del Real Sitio de San Ildefonso es la Real Fábrica de Cristales fundada en el siglo XVIII.

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Es innegable que hay lugares con un encanto especial. Pueblos bonitos de cuyo pasado hablan sus calles empedradas, sus casas antiguas, sus blasones o sus edificios con historia. Uno de ellos es La Granja de San Ildefonso, el municipio segoviano que enamoró a Felipe V, el primer Borbón que reinó en nuestro país. Él fue quien mandó construir allí el Real Sitio, formado por el palacio y sus espectaculares jardines, del que se derivó luego La Real Fábrica de Cristales.
 
El flechazo de Felipe V con La Granja jardines la granja
Hablamos de un edificio funcional ahora convertido en museo y lugar para eventos que guarda en el interior de sus paredes el amor por un oficio ancestral. Este no es otro que el soplado de vidrio, un arte que se ha ido perdiendo después de que la producción de objetos de vidrio se industrializara en el siglo XVIII.
 
Pero empecemos por el principio. Porque el vínculo de La Granja con el vidrio y los cristales viene de Felipe V. Al construir el Real Sitio quiso que sus edificios se decoraran con las piezas de lujo a las que estaba acostumbrado en su Versalles natal.
 
La demanda de piezas de cristalería fina, espejos labrados y figuras originales típicas del esplendor monárquico del siglo XVIII fueron el reclamo perfecto para cientos de maestros vidrieros venidos de todo el mundo que convirtieron a La Granja en un lugar famoso por la fabricación de vidrio.
 
 
La Real Fábrica de Cristales real fábrica de cristales
Sin embargo fue Carlos III (hijo de Felipe V) quien ordenó construir la Real Fábrica de Cristales en 1770. Lo hizo para industrializar y controlar una actividad artesanal que provocaba numerosos incendios en las casas, cobertizos y pequeños locales del pueblo.
 
Se erigió entonces una nave de 25.000 metros cuadrados de superficie entre los que se incluían patios para tránsito de carretas con mercancías, materias primas y la madera que se usaba como combustible.
 
Y bajo techo, un enorme edificio con planta similar a la de una iglesia. En su crucero y bajo una espectacular cúpula que hoy sobrevive y antaño funcionaba como chimenea, se construyó un gran horno con ocho bocas o crisoles. En él tomaron forma espejos, lámparas de araña y miles de piezas de cristalería que iban a parar a palacios reales y residencias nobles de todo el mundo.
 
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Un viaje en el tiempo
Así siguió hasta 1815, cuya producción se detuvo por la Guerra de la Independencia; y luego hasta 1969, cuando cerró definitivamente sus puertas. En 1982 se constituyó allí la Fundación Centro Nacional del Vidrio a la que seguiría el Museo Tecnológico del Vidrio, la Escuela del Vidrio y el Centro de Investigación y Documentación Histórica del Vidrio.
 
Hoy, el edificio celebra eventos y sirve al visitante más curioso como máquina del tiempo. Sus instalaciones, las zonas expositivas y los más de 4.500 moldes de hierro que conserva, hablan de cómo se fabricaba el material más reciclable del mundo hace dos siglos.
 
La mirada al futuro de la Real Fábrica de Cristales
Sin embargo, una de sus facetas más interesantes es la que une el pasado con el futuro. La Escuela Taller, fundada en 1990, mantiene vivo el arte ancestral del soplado de vidrio. De hecho solo un puñado de vidrieros siguen creando piezas únicas con esta técnica que consiste en crear burbujas de aire en el vidrio fundido que luego moldean, con una pericia y una precisión exquisitas, al gusto del consumidor.
 
Sirva como ejemplo que para hacer una copa se invierten unos cuatro minutos e intervienen en su creación tres personas. Después vendrá el enfriamiento correcto del vidrio y su acabado final, que puede llevar semanas.
 
Son piezas de cristalería o decoración que, aunque no salgan perfectas en un inicio, sí podrán serlo después. En concreto después de pasar por las manos de los artesanos que con sus tornos y su imaginación, las tallan, las adornan y las dotan de una personalidad única.
 
 
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Fuente: The Luxonomist (Divinity)